O al menos en lo que se han convertido hoy en día los cumpleaños infantiles…
Inauguro esta sección personal del blog hablando sobre un tema que, en más de una ocasión, me ha generado un dilema personal: asistir o no al cumpleaños infantil de algún conocido o amiguito/a de mi hija. Si eres de las que se sienten abrumadas en este tipo de eventos, no estás sola, somos muchas, seguramente =) Os invito a participar en los comentarios y compartir vuestras experiencias. ¿Qué os parecen los cumpleaños infantiles de hoy en día? ¿Os gusta asistir?
Comenzaré diferenciando entre lo que se consideraba una celebración de cumpleaños tradicional hasta hace unos años y lo que hoy en día es un cumpleaños. A este segundo, llamémosle «megacumpleaños».
Los cumpleaños infantiles y su transformación en «megacumpleaños»
Los cumpleaños (infantiles) siempre han existido. Es algo que lleva con nosotros muchos años, incluso más que otros eventos de reciente incorporación como los «baby showers» o el «gender reveal». Al menos, en este caso, todavía conservamos el vocablo en español y no lo hemos sustituido por una palabra en inglés…
Lo que sucede es que los cumpleaños han ido migrando de una celebración en «petit comité» con los 4 amigos de siempre, los primos y familiares cercanos, a convertirse en un evento social de gran envergadura, donde los asistentes ya no son solo los más cercanos al cumpleañero. La lista de invitados se ha ido ampliando a vecinos, conocidos, compañeros de clase, etc.
«Los cumpleaños infantiles se han convertido en eventos sociales que priorizan lo material sobre la conexión emocional.»
Los megacumpleaños o cómo los cumpleaños dejaron de ser celebraciones familiares para convertirse en auténticos eventos sociales para niños
No tengo la respuesta a esta transformación, pero sí algunas reflexiones. Supongo que habrá sido una mezcla de varios factores, entre los que destaco los siguientes:
- La influencia anglosajona en las costumbres culturales. Al igual que ha sucedido con Halloween o los baby showers, la globalización provoca que estemos en contacto con muchas de las costumbres de otros países y que algunas de ellas terminen permeando en nuestra cultura. Las marcas lo saben y aprovechan esta tendencia para incrementar sus ventas, ya que al final lo que se produce es la creación de más momentos de consumo.
Si hace años el «Día de Todos los Santos» era un festivo en el que las abuelas acudían al cementerio a poner flores a sus seres queridos, hoy en día podríamos decir que esa tradición casi se ha perdido. En su lugar, celebramos Halloween de forma mayoritaria. Las escuelas, las tiendas e incluso las calles se llenan de telarañas, calaveras y calabazas. Ya sea por diversión o por consumo, Europa ha terminado adoptando muchas costumbres anglosajonas.
Con los cumpleaños ha sucedido algo similar. Aunque en América, en países como México o Colombia, desde hace años se celebran cumpleaños mastodónticos con animación, souvenirs para todos los invitados, fiestas temáticas, etc., en España, hasta hace relativamente poco, los cumpleaños se celebraban en el parque con unos pocos amigos, algunos globos y bocadillos de «medias-noches» o sándwiches de nocilla. - La importancia de capturar el momento y el papel de las redes sociales en compartir y presumir este tipo de eventos. Muchas veces parece más importante inmortalizar el momento que vivirlo.
Esto está ocurriendo ya en otras situaciones, como los viajes, las cenas, los conciertos, las fiestas, etc. Nos hemos acostumbrado a que grabar el momento y compartirlo en redes sociales sea casi igual de importante (para muchos) que vivirlo. Vivimos en un mundo donde las apariencias han tomado un rol mucho más relevante debido a las redes sociales.Los cumpleaños, como las bodas, se han ido «hormonando» poco a poco hasta convertirse en auténticos mini-festivales, casi diseñados para ser compartidos en redes más que para disfrutarse plenamente.
Todo el mundo quiere tener la fiesta más especial y ser recordado por ello. Tenemos que reconocer que tanta exposición digital se nos está yendo de las manos y que muchas veces parece que diseñamos espacios o momentos pensando más en lo «instagrameables» que sean que en lo que nos puedan aportar a nivel personal. Con las fiestas infantiles ha pasado algo parecido. Creo que el ego está prevaleciendo por encima de lo que inicialmente eran: un momento especial que compartir con los seres queridos. Ojo, no digo que todas las celebraciones se hagan así por ego. Seguramente muchas de ellas tengan que ver con seguir la moda o la corriente marcada hoy en día. He aquí donde llega el siguiente punto: - El efecto halo o seguir la corriente en las celebraciones para que nuestro hijo no sea el único que no la tiene. Cuando hablamos de nuestros hijos, todos queremos lo mejor para ellos. Queremos que se sientan incluidos, especiales, partícipes, etc. No queremos que sean los «raritos» de la clase o los diferentes. ¿Te has detenido a pensar si estás organizando un megacumpleaños para que tu hijo no se sienta diferente o porque realmente deseas hacerlo? ¿Crees que no hacerlo podría hacer que él no sea invitado a otros cumpleaños?
- La pandemia como efecto catalizador. Tras meses confinados y con nulas o escasas posibilidades de reunirnos de forma masiva, parece que después de la pandemia la máxima es «más es más» o «más es mejor». Las fiestas son más espectaculares, las bodas tiran la casa por la ventana o duran varios días, y los invitados han pasado de tener un rol secundario a ser agasajados con regalos, photocalls, actividades recreativas como disfraces, pintacaras, shows de animación o concursos, etc. Parece que el efecto de la pandemia ha intensificado las ganas de fiesta o de «tirar la casa por la ventana». Todo es más excesivo e impactante. Los humanos postpandémicos parecemos ávidos de vivir y acumular experiencias inolvidables.
La competición por tener el mejor cumpleaños
En ocasiones, parece que estamos en una carrera por tener el mejor cumpleaños. Cada fiesta a la que asisto parece superar a la anterior. Si antes tener un animador como un mago o payaso era algo especial, hoy en día es un básico. Animadores, actividades lúdicas, mesas temáticas (como mesas de dulces), juguetes, decoración temática (princesas, dinosaurios, etc.), catering, piñata, disfraces… y así un largo etcétera de elementos que van engrosando la lista. ¿De verdad nuestros hijos necesitan tanto para pasarlo bien? Veo a muchos niños abrumados ante tal despliegue. No digo que no haya quien lo disfrute, pero la cuestión es que parece que hemos institucionalizado los megacumpleaños como la norma en las celebraciones infantiles.
«¿Estamos celebrando cumpleaños para compartir momentos especiales o solo para presumir en redes sociales?»
No todos los niños disfrutan de este tipo de cumpleaños (ni sus padres tampoco).
Hay niños más tímidos o más sensibles que se sienten sobrepasados en este tipo de situaciones, además de que en los «megacumpleaños» se encuentran con otros niños con los que quizá no habrían elegido estar. La gran cantidad de estímulos a los que les sometemos en estos eventos roza la exageración. No digo que no haya quien disfrute de celebrar su cumpleaños de esta manera, pero sí que, lamentablemente, estamos asumiendo que los cumpleaños infantiles deben ser así.
Si los niños se encuentran rodeados de otros niños que no habrían escogido, a los adultos nos pasa algo parecido. Creo que no desvelo ningún secreto si digo que a la mayoría de los cumpleaños a los que he asistido sola o sin conocer a nadie, he regresado sin haber mediado palabra con otros padres presentes, y no porque no quisiera. Al contrario, ha sido incómodo estar en un lugar abarrotado, sintiéndome en ocasiones fuera de lugar o no integrada.
Generalmente se forman grupitos entre los padres que se conocen, y no suele ser fácil sentirse incluido. Algo similar a lo que les ocurre a los niños en los megacumpleaños. Si a nosotros nos cuesta abrirnos a nuevas personas o integrarlas, ¿cómo vamos a pretender que nuestro hijo interactúe o disfrute compartiendo tiempo con otros niños, desbordados por la intensidad de las actividades y la diversión? Creo que este factor no es algo personal entre los adultos, ya que probablemente muchos de esos padres estén deseando pasar el rato y se inclinan por hablar con quienes conocen para sentirse más cómodos. O, ¿no? Quizá se estén divirtiendo porque están compartiendo tiempo con personas que realmente aprecian.
El hecho es que hacer este tipo de eventos implica este tipo de situaciones: un megamix de gente que muchas veces ni se conoce ni tiene el interés de conocerse, ya que, en el fondo, es más cómodo quedarse en la zona de confort y solo relacionarse con el grupo que ya conocemos. Creo que no miento si digo que, como lo he sufrido, siempre he acudido al rescate de esa mamá o papá que no conoce a nadie y está solo en los «megacumpleaños».
¿Cuál es el verdadero significado de los «megacumpleaños»?
En línea con la última reflexión: si celebramos cumpleaños para compartir momentos con gente que nos importa, ¿qué papel tienen los megacumpleaños respecto a esta finalidad? ¿Por qué o para qué los hacemos? ¿Por qué pensamos que es mejor hacer un «megacumpleaños» en lugar de una celebración más sencilla y con menos personas? ¿Es solo por celebrar y cuanta más gente, mejor? ¿Estamos tratando de llenar algún vacío? Aquí dejo estas preguntas para vuestra reflexión. En mi opinión, creo que los megacumpleaños son otra herramienta más del sistema capitalista, que nos hace ver que «somos lo que consumimos» o que «somos en función de lo que mostramos». No estoy en contra de que haya gente a la que le guste celebrarlo de este modo, pero sí a que parezca que es lo que hoy en día se espera de un cumpleaños infantil.
Conclusión: Elegir lo que tiene sentido
Creo que, como en todo, la cuestión no es ir o no ir, sino escoger muy bien aquellos megacumpleaños en los que participamos, ya sea porque apreciamos a la persona que cumple años o porque nuestro hijo quiere pasar tiempo y celebrar con él o ella. Si quitamos de la ecuación el componente emocional, estaremos dejando solo lo vacío, lo material. Haremos que nuestro hijo identifique los cumpleaños como un mero intercambio de regalos y otras fantasías materiales, perdiendo el verdadero carácter emotivo del momento, que es el de celebrar un año más en compañía de las personas a las que apreciamos o queremos.